Los antecedentes más antiguos de nuestro Semáforo se remontan a principios del siglo XVI, cuando se empiezan a instalar las llamadas “atalayas” en diversos puntos de la geografía insular con una situación privilegiada para la observación de los buques que pudieran llegar a la isla, y que fueron utilizadas no sólo con este fin sino con otros no menos importantes: prevención de ataques marítimos, contrabando o incluso de la llegada de brotes de enfermedades epidémicas provenientes de otras ciudades, muy habituales en la época. Surge así la figura del “atalayero” o vigía, que era nombrado por el Cabildo de Tenerife generalmente entre los vecinos de la zona.
La labor de vigilancia e información de las atalayas en Anaga se mantiene durante los siglos XVII y XVIII, jugando un papel fundamental en la lucha contra la piratería inglesa, que en esos años azotaba las costas canarias porque nuestras islas eran paso casi obligado para las naves que iban y volvían de las Indias, recalando frecuentemente en nuestros puertos para su aprovisionamiento. A día de hoy se conserva la edificación de piedras y barro de planta rectangular, techo abovedado, contrafuertes y restos de encalado interior y exteriormente.
El inicio oficial del telégrafo en España, marcado por la Ley para la Construcción de la Red Telegráfica de 1855, hace que el concepto de atalaya cambie, pasando a establecerse el llamado "servicio electro-semafórico" en todo el territorio nacional con la utilización generalizada y obligatoria del Código Internacional de Señales para las comunicaciones marítimas (como ya se venía haciendo en gran parte de Europa). Con ello, la figura del atalayero pasa a requerir de una formación técnica más específica como técnico del Estado.
En diciembre de 1883, después de arduas tareas para conseguir que fuera Tenerife el punto de anclaje del cable telegráfico que uniría Canarias con Cádiz y el resto del mundo, el cable llega a la playa de La Jurada, en el municipio de Santa Cruz de Tenerife. De esta manera, todos los buques que pasaran por la zona y quisieran enviar o recibir mensajes, debían acercarse a la distancia visual del Semáforo como ruta obligada y destacada en las cartas de navegación, con el beneficio consecuente para el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Fue en junio de 1884 cuando, a través de la Real Orden del 28 de marzo de ese mismo año, se declaró el Plan General de Semáforos a nivel estatal, impulsado por el Ministerio de Marina. Una vez localizado el lugar para instalar este último, se redactó el proyecto de construcción, que se iniciaría en 1887 y se alargaría más de seis años debido al desnivel del terreno y sus condiciones nada favorables para la edificación y el transporte de los materiales necesarios. Por todo ello, y para que el acceso y abastecimiento de la instalación fueran menos tediosos, se fabricó un muelle y un complicado camino que comunicaba con el edificio. La vereda tenía un metro de anchura, en algunas partes era algo mayor, y constaba de un canal de desagüe en el lateral interior.
Una vez terminada su construcción, el edificio, junto con el embarcadero y el camino de acceso al mismo, fue entregado al Ministerio de Marina en 1893, comenzando a funcionar como tal el 4 de diciembre de 1895.