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"Recordando el viejo Semáforo", texto de María del Carmen León Rodríguez

El mayor problema del Valle de Igueste siempre fue su incomunicación, tan cerca pero tan lejos de Santa Cruz. Nunca contó este pueblo, a diferencia de otros de Anaga, con suficientes ingresos económicos que permitieran la construcción de las infraestructuras primarias necesarias: la conducción de agua potable, un centro educativo, algún recurso sanitario básico o un medio de comunicación práctico con la capital, ya que en algunas ocasiones era mejor y más rápido ir por mar que por el viejo camino. Con el transcurso de los años algunas de estas condiciones se hicieron realidad ante el requerimiento constante de sus vecinos por el cementerio, el puente, la iglesia, la escuela y la no menos ansiada carretera.

Cuando hace ya algunos años escribí sobre Igueste, diciendo que era los ojos de Santa Cruz, y lo llamé Igueste, rincón de Anaga, quería representar con estas palabras el lugar tan determinado que éste ocupa, y aunque Igueste visto desde el mar parece agreste e inhóspito, no es así. Su rada es abierta, protectora y habitable, es el espacio donde la isla hace un recodo, un descanso, y de nuevo, más y más acantilados solitarios que no silenciosos, perdiéndose detrás del Roque de Antequera. Anaga es así. Y, visto desde Santa Cruz, solamente se apreciaban, y muy difuminados en la distancia, la senda del Camino Viejo como la costura de una cicatriz antigua, el cementerio y el Semáforo como miradores oteando el horizonte; el de abajo como el último descanso, la última morada, el de arriba como el futuro que estaba por llegar, y ante ellos, el mar, el cielo y el Teide. Pero de todos esos cambios, quizás sea el edificio del Semáforo el que ha dado la posibilidad de mostrarnos al exterior, de recordar desde el mar y desde tierra, la existencia de un lugar habitado allá a lo lejos: el Valle de Igueste.

Fue a partir de estas construcciones cuando Igueste cobra visibilidad desde Santa Cruz, pues hasta entonces desde esa lejanía, las únicas referencias que podía tener cualquier viajero, ya fuera por tierra o por mar, era el humo de su atalaya y el viejo camino. Con los nuevos tiempos y las modernas tecnologías, el paisaje de Anaga también ha ido cambiando, y aparecen nuevas formas como los tendidos de los postes telegráficos, que con el tiempo llegarían a formar parte del paisaje, y sin los cuales no hubiera sido posible la actividad del semáforo.

¿Por qué Santa Cruz de Tenerife necesitaba un semáforo de señales marítimas? A finales del siglo XIX, las dos grandes ciudades portuarias, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria eran las carboneras del Atlántico medio. El aumento del transporte marítimo y el comercio intercontinental hace necesario que mejoren los medios de comunicación de todo tipo, desde el telegráfico al telefónico, para el desarrollo de las grandes compañías navieras y consignatarias, los comerciantes y los puertos. Y desde el punto de vista militar, las islas, por su situación geoestratégica, siempre resultaron atractivas a algunos países emergentes, y de manera especial para Gran Bretaña, que siempre las consideró una colonia sin bandera.

Desde mediados del siglo XIX en España existían semáforos particulares. A partir de las últimas décadas del siglo, el Estado y en su nombre el Ministerio de Marina se haría cargo de las nuevas estaciones semafóricas. En 1871 una Comisión Mixta de funcionarios de Gobernación, Marina y Ultramar estudia y redacta el proyecto de instalación de 72 estaciones radio eléctrica-semafóricas por todo el litoral español, para Canarias se elige el punto mejor situado en el lugar que llama Punta Anaga, que finalmente queda fuera debido a la situación política y a los problemas económicos. Solamente se dispone la construcción de seis por su mayor importancia e inmediato interés.

La Real Orden de 9 de junio de 1884, dispone la construcción de 20 semáforos eléctricos, los primeros de España. En 1885, por fin, el Estado comunica que tiene intención de instalar una estación electro semafórica, un semáforo en el risco de la Atalaya, que unas veces llaman de Punta Anaga y otras de Antequera, quizás se deba, según información oral, a que en un primer momento la intención era situarlo sobre Tierras Caidas, con amplias vistas hacia el norte, pero sin comunicación visual hacia el Sur y Santa Cruz, quedando descartado. La subasta de la obra se anuncia en 1887, y desconozco, por ahora, la empresa o empresas que acometieron las obras, dicha construcción no la llevó a cabo Hamilton and Co., ateniéndonos a los muy detallados libros de contabilidad comercial de dicha casa, consultados en el Archivo Histórico Provincial. Antes de iniciar la construcción, se realizaron dos obras, la primera un embarcadero con destino al semáforo, para facilitar el acceso y el desembarco de los materiales, finalizado en mayo de 1888. Esta obra dejó huella en la toponimia del lugar, pues desde 1897 encontramos el nombre de Playa del Puertecillo en registros oficiales. No sabemos si ya este lugar se conocía con ese nombre, bien porque entonces recalaban los barcos de Igueste o por el atracadero construido entonces. La segunda obra fue la apertura de un camino o carretera como lo califica una publicación, de unos 2.054 metros, excavado a pico y pólvora, necesaria puesto que el lugar elegido estaba situado a unos 236 metros y no contaba con un acceso apropiado para el transporte de los materiales, tradicionalmente se accedía por Los Pasos. Solamente la apertura del camino nos puede dar una idea del enorme trabajo realizado, obra que se llevó a cabo por su importante y destacada situación estratégica.

En cuanto al futuro edificio del semáforo, desde noviembre de 1886 las obras están aprobadas, pero será en 1888 cuando se publica “el acuerdo de expropiación de fincas rústicas para la construcción del Semáforo y el camino en el risco de la Atalaya”, unos 1.194,84 metros cuadrados expropiados a José María Álvarez Rodríguez, emigrado desde 1883, primero a Venezuela y posteriormente a Cuba, donde fallece; las obras se inician, se construye y a continuación se ordena su derribo, y vuelta a empezar de nuevo, los inconvenientes no parecen tener fin, las quejas desde los medios de comunicación son continuas, presionados por intereses comerciales y políticos locales, preocupados en fomentar el movimiento portuario santacrucero. De la construcción se encarga el Ministerio de Fomento, y pese a los retrasos las obras por su parte están terminadas en 1890, pero no por el Ministerio de Marina que era el encargado de colocar el aparato de señales,

En 1892 la obra no había sido entregada y se esperaba la recepción oficial ese mismo año; la prensa mostraba su desconfianza que así fuera y decía: “no quiere decir ni mucho menos que vaya a prestar servicios, para eso es probable que pasen todavía algunos año o meses”. Así sucedió. De hecho no podía entrar en funcionamiento al no disponer de la línea telegráfica, pues aún en octubre de 1892 estaban transportando los palos o postes procedentes de Arona. Ese mismo año se autoriza la instalación del pararrayos, pero será en 1893 cuando se anuncia el concurso de adjudicación mediante las consiguientes subastas de dicho aparato o “palo de señales”; en agosto de ese mismo el Ministerio de Fomento lo entrega al de Marina. Y en 1894 quedó colocada el asta de señales, con gran dificultad y riesgo para los que la instalaron. Y escribe la prensa: “Ya es tiempo”. Ese año 1894 es además muy importante para las comunicaciones: el cable submarino llegó a América desde Canarias y permitió la comunicación telegráfica entre ese continente y las islas. Esto hizo posible que el futuro semáforo y los barcos en tránsito pudieran comunicarse con cualquier parte del mundo.

Pero el tendido telegráfico entre la estación central y el Semáforo no comienza hasta febrero de 1895, cuando se anuncia que se iniciaran las obras. Y así hasta el 5 de diciembre, cuando se comunica su próxima inauguración que por causas no explicadas se suspende, quizás debido a un gran temporal que se abatió sobre la isla. En junio de ese año las piedras desprendidas de la montaña de Paso Alto por una explosión en la cantera de La Jurada ocasionaron la rotura de la línea telegráfica aérea entre la estación central y el semáforo, un reportero se quejaba una vez más, diciendo que nada de eso hubiera sucedido, si el tendido se hubiera hecho por cable subterráneo, añadiendo que la Dirección General no aprobaba los presupuestos de los gastos, y el público pagaba siempre los perjuicios. Nada nuevo bajo el sol.

Y por fin, el 4 de diciembre de 1896, entra en servicio, la estación electro-semafórica con el nombre de Semáforo Punta de Anaga.

En sus 75 años, muchos y variados fueron los servicios prestados por esta estación: uno de ellos al vapor francés Flachat, del que todos han ido hablar, que naufragó por la densa calima casi a la medianoche del 15 de febrero de 1898, y en cuyo rescate de las víctimas participaron activamente Igueste y el Semáforo; otro, la voladura y hundimiento del vapor carbonero Westburn, frente a Los Órganos en San Andrés, el 22 de febrero de 1916 durante la Primera Guerra Mundial, que fue visible desde Igueste y desde el Semáforo, y también desde todo Santa Cruz que llenaba el muelle que siguió la trayectoria premeditada del barco, pues la tripulación prefirió hundirlo ante que entregarlo a los ingleses.

Hasta el 5 de junio de 1971, fecha de su cierre definitivo, un gran número de empleados de la Armada pasó por este recinto. La mayor parte de los semaforistas trasladados venían durante un tiempo, aunque hubo casos de larga estancia en los que venían con su familia o la formaban en el Valle de Igueste.

La vida del Semáforo finalizó el día del 22 de junio de 1971. Desde Madrid se dispone que el personal del Cuerpo de Suboficiales destinado en el Semáforo de Punta Anaga cese con carácter forzoso y sea destinado a la Comandancia de Marina de Tenerife. Este personal estaba formado por los vigía mayor D. Arturo Pillado García, D. Francisco Boti Moltó, el Subteniente D. José Prieto Caneda y el Sargento Primero D. José Antón Doménech. Y desde ese día en adelante solo ha quedado abandono, dejadez y una lenta decadencia hasta hoy.

Este lugar antes y después de la construcción del semáforo fue muy visitado tanto por propios como foráneos. Por aquí pasaron naturalistas, geógrafos, botánicos, geólogos, de diferentes nacionalidades y de méritos muy reconocidos, y los que entonces se conocían como exploradores y touristas. Desde su construcción y para todas las generaciones, subir al Semáforo tuvo cierto significado de curiosidad, de reto y de ocio, del poco que se podían permitir tiempo atrás. Contaban algunos y hablan otros que visitaron el lugar en sus primeros años con su padre en algunos casos, otros solos o en compañía de amigos, algunos por el lugar más rápido que había entonces, la antigua vereda hoy perdida de Los Pasos. Fue el semáforo un lugar de esparcimiento y de relación de la vida social. Vecinos de distintas edades no olvidan las tardes pasadas junto a La Mirilla, un excelente mirador para chicos y grandes; sus recuerdos destilan esos momentos agradables de manera muy especial hacia aquellas personas que allí trabajaron, y también porque de manera ocasional proporcionó trabajo a los vecinos, ya sea en las obras de reparación del mismo o en el avituallamiento diario del personal, dejando una honda huella por su trato, por sus deferencias y también por ser un lugar de distracción y de conocimiento pese a las difíciles circunstancias en los años de la Guerra Civil y la Dictadura.

El Semáforo no fue una obra necesaria para el pueblo, existían otras más importantes y básicas. Pero con el tiempo llegó a formar parte no solo del espacio geográfico que ocupa, también de nuestra pequeña historia local y sentimental; con las nuevas generaciones ese lazo se está perdiendo, pero aún están presentes sus restos para recordarles que los pueblos pequeños también tienen historias, y olvidarlas es condenar la memoria de todos los que les precedieron.