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IGUESTE Y EL NAUFRAGIO DEL VAPOR VALBANERA

El 8 de septiembre a las 18:30h, el pueblo de Igueste de San Andrés realizó un acto de homenaje en memória del centenario del naufragio del vapor Valbanera, ocurrido en 1919 en aguas cubanas con cientos de canarios a bordo.

El acto se abrió con una exposición que conmemoraba el centenario del naufragio de este buque transatlántico español, propiedad de Naviera Pinillos. Su naufragio se saldó con 488 fallecidos y constituye el peor desastre marítimo español no bélico hasta el día de hoy. 

Se realizó un emotivo acto presentado y explicado por la historiadora iguestera María del Carmen León Rodríguez, con la colaboración de las A.A.V.V., en recuerdo a las víctimas de aquel fatídico viaje. Durante la charla se resalto la figura de los 4 vecinos del Valle de Igueste que estaban embarcados: los hermanos Herminia Clotilde y Agustín Brito Albertos ,y los vecinos Andrés Perdomo Cruz y Agustín Brito Cruz; estos dos últimos, al parecer embarcados por alto puesto que no aparecen en la lista del pasaje, se libraron de una muerte segura puesto que desembarcaron en Santiago de Cuba, un puerto antes del naufragio.

Se hizo una semblanza a Doña Isabel Albertos, La Cubana, madre de los hermanos fallecidos. Isabel Albertos nació en el año 1863 en San Nicolás de Bari, en la isla de Cuba. Con un año de edad regresó al Valle de Igueste con su madre, Francisca Albertos, que era madre soltera. Fueron acogidas por la familia materna que allí residía. Aquella niña creció y tuvo dos hijos, Herminia Clotilde y Agustín Brito Albertos. 

Isabel Albertos, La Cubana, cuando tuvo conocimiento del fallecimiento de sus hijos, perdió la razón y todos los días, a la hora del almuerzo, bajaba a la orilla de la mar hasta la zona del Cabezo, transportando las viandas que le proporcionaban sus vecinos (ropa, comida, dulces...), hubiera marea alta o baja, buena o mala mar, y las arrojaba entre balbuceos inconexos, repitiendo una y otra vez: “ Para que coman los peces, para que coman los peces...”. Después pasaba las horas en silencio, hasta que anochecía. Sus hijas María y Leocadia procuraron buscar remedio al trastorno de su madre en la medicina, pero al final esta enfermó y murió.

Su hijo Agustín nació en 1898 y pertenecía al reemplazo de 1919 (21 años). Fue declarado prófugo el 21 de abril de 1920 (según Acta del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife) casi siete meses después del naufragio.

Es posible que la noticia del hundimiento del Valbanera llegara a Igueste por los barcos fleteros que hacían diariamente viajes entre el valle y Santa Cruz, o quizás por el telégrafo del Semáforo, que llevaba en servicio 23 años. Lo cierto es que dos iguesteros sobrevivieron a la tragedia y otros dos fallecieron en el siniestro.

La estadística de 1918 nos cuenta que en esos años, en Igueste, estaban censadas 121 viviendas familiares (incluidas las tres familias del Semáforo). El pueblo contaba con dos escuelas, el maestro de la escuela de niños es, desde 1916, D. Francisco de Vega Barrera, natural de Zazuar, Burgos y la escuela de niñas, en 1919, por la maestra interina Dña. Braulia Rodríguez. El número de mujeres cabezas de familia es de 34, formadas por casadas, viudas y solteras de los que 11 de los consortes están en Cuba.

El naufragio ha sido a lo largo de los años una referencia histórica de la emigración canaria y española de finales del siglo XIX, cuando las condiciones económicas existentes en el archipiélago obligaron a miles de isleños a hacinarse en barcos veleros y vapores en busca de un futuro mejor en ultramar.

Fueron años muy complicados en nuestras islas, asoladas por la galopante crisis económica y el colapso portuario, que conllevó el cese de la exportación frutera. Colapso que vino motivado por el duro control que se hacía de los barcos que pasaban por las islas en los años previos y posteriores al estallido de la I Guerra Mundial, dada nuestra posición estratégica en el Atlántico. El crecimiento demográfico, superior a nuestra capacidad de generar recursos, provocó muchas carencias y escasez de productos básicos de importación para la población. Hoy como entonces somos plenamente dependientes del exterior.

Datos expuestos, comentados e investigados por María del Carmen León Rodríguez en memoria del centenario del naufragio del vapor Valbanera.

Igueste de San Andrés, 8 de septiembre de 2019.

Diseño del Cartel:  Miriam Gil León
Instantes de la charla. En el minuto 10' 30" suena la música de la  guajira que se creó para este acto.



María del Carmen León Rodríguez, al finalizar el acto.

Relato del hundimiento del Valbanera. 
Texto extraído del libro  "Regreso al Valbanera"
Autor: Fernando José García Echegoyen

El espectáculo que los oficiales contemplan desde el puente de mando es aterrador. Montañas de agua de mar recubiertas de espuma blanca se desploman sobre el barco sin cesar. Olas de 12 metros, la altura de una casa de 3 plantas, se suceden interminablemente ante el trasatlántico haciendo que el mismo dé unos terribles pantocazos cada vez que se rebasa la cresta de una de aquellas montañas de agua. El ruido ensordecedor del viento con una velocidad superior a los 100 nudos (185 kilómetros por hora) impide oír las órdenes del capitán que está afónico de tanto gritar. Y de repente, inopinadamente sin motivo aparente sucede algo que desconcierta a los tripulantes del Valbanera: el viento cesa. En apenas unos instantes el furioso aullido que ensordece y aterroriza a los marinos españoles enmudece como si alguien hubiera cerrado una enorme e invisible ventana. Entonces el jovencísimo agregado del barco señala hacia el cielo a proa del Valbanera y grita con mal disimulada alegría:
-¡¡Miren, se está abriendo el cielo!!
Los oficiales miran hacia donde señala el muchacho y comprueban con asombro un enorme claro que está comenzando a aparecer en el negro cielo bajo el que llevan ya muchas horas luchando. El cielo, intensamente azul, es perfectamente visible al ir abriéndose los nubarrones.
Sin embargo, no hay tiempo para el júbilo. El capitán Martín, buen conocedor de los ciclones tropicales, lanza una retahíla de maldiciones y blasfemias para posteriormente mascullar con desesperación:
-¡¡Dios!! ¡¡Es el centro de la tormenta!! ¡¡Estamos en el ojo del ciclón!!
La fatalidad, el destino, tal vez la mala suerte, han llevado al Valbanera al mismo vórtice del ciclón. Las derrotas del trasatlántico español y la del ciclón han confluido hasta encontrarse.
Con los ojos desmesuradamente abiertos Ramón Martín contempla como la oscuridad se va levantando y la luz desvela un terrorífico océano enfurecido, un caos de montañas de agua que vienen de todas direcciones y sacuden al barco que cabecea y se balancea de banda a banda como si fuera un tentetieso. Hasta llegar al vórtice el mar les venía desde el NW de forma más o menos constante, pero al entrar en la zona central del ciclón, el vórtice u ojo del huracán, el oleaje viene de forma indistinta de todas las direcciones. Auténticas montañas de agua con 15 metros de altura se desploman sobre el barco que, en ocasiones, llega a escorar tanto que casi se acuesta sobre la superficie del mar.
De un empujón el capitán Martín Cordero aparta del timón al timonel y comienza él mismo a gobernar el barco. Ya no hay ninguna orden clara que dar al timón; se trata de gobernar el barco de forma casi intuitiva intentando desesperadamente que no se atraviese a la mar ya que eso supondría una condena a muerte segura.
Las náuseas comienzan a aparecer y el segundo oficial que seguía en el cuarto de derrota reinicia el tortuoso camino hacia el puente para dar la novedad al capitán. Cuando se dispone a abrir la puerta de la derrota una fuerza monstruosa le lanza de cabeza contra los portillos de cristal. Es el primero en morir en aquel amanecer y en cierto modo tiene suerte: la muerte le sobreviene de manera instantánea.
Todo el personal de guardia en el puente cae sobre cubierta. El capitán consigue agarrarse al tobillo del timonel de combate con su mano derecha y con la izquierda se impulsa agarrándose a una de las cabillas del timón para levantarse. Por el rabillo del ojo puede ver que algunos de sus hombres han salido despedidos hacia proa y caen sobre la cubierta principal seis metros más abajo. La escena se desarrolla en tan solo unos segundos; el capitán grita desesperadamente órdenes a los agregados:“¡Atrás toda!” al tiempo que mete toda la rueda del timón a babor. Al incorporarse sobre la amurada del puente no puede dar crédito a lo que ven sus ojos: la proa de su buque ha desaparecido bajo el mar. Una altísima columna de agua y arena se desploma sobre ellos y el barco vibra de proa a popa al tiempo que un ruido similar al que hace un cajón de madera al ser arrastrado sobre un terreno de grava inunda el espacio. El timonel y el capitán permanecen colgados de la caña intentando virar a babor mientras el gigantesco casco de acero va enterrándose en la arena y escorando a estribor. De cuando en cuando una de las enormes olas levanta la sección de popa del Valbanera y hace que el barco revire, gire sobre sí mismo, hasta quedar completamente atravesado al mar, en dirección este-oeste. Gritos, confusión, dolor. Uno a uno los hombres van siendo barridos de la cubierta por el mar que ahora comienza a romper directamente sobre la superestructura del barco. ¡Don Ramón, el barco no responde al timón!, grita el timonel de combate segundos antes de desaparecer en el mar oscuro arrastrado por una cascada de agua y arena. Antes de que el capitán siga el mismo camino, puede comprender en un instante final de lucidez que el temporal les ha hecho embarrancar en algún bajo de las Marquesas. La mar arbolada del vórtice del ciclón les ha impedido ver la rompiente sobre el bajo arenoso en el que han embarrancado El último en ser engullido por el mar es el serviola de babor que, colgando del arnés de seguridad que impedía que cayese al mar durante la navegación, puede ver cómo el barco se va hundiendo rápidamente con una escora a estribor de 45 grados y comprobar cómo las arenas movedizas comienzan a hacer su trabajo succionando al buque. Muchos pasajeros tardarán aún varios minutos en perecer; el tiempo que tarde el mar en apoderarse del buque. Pudo ocurrir así.

Fernando José García Echegoyen. 
Investigador y experto en siniestros marítimos